En este pasaje Juan intenta reforzar la identidad de Hijos de Dios, que los destinatarios han adquirido como fruto del amor divino manifestado en Cristo.
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1 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.
2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.
3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.
(1ªJuan 3:1-3 RV60)
I. Idea Principal y bosquejo
El pasaje que encontramos en la primera epístola del apóstol Juan capitulo tres versículos del uno al tres, tiene como idea principal reforzar la identidad de Hijos de Dios que los destinatarios de esta carta han adquirido como fruto del amor divino, identidad que conlleva una serie de implicaciones presentes y futuras.
Bosquejo (1ª Juan 2:18-3:24)
1. NO OS DEJÉIS ENGAÑAR PERMANECED EN LA VERDAD (2:18-28)
1.1 Características de los anticristos (18-23)
1.2 Permaneced en lo que habéis oído desde el principio (1:24-29)
2. NUESTRA IDENTIDAD Y SUS FRUTOS (v. 3:1-24)
2.1. Somos Hijos de Dios (v.1-3)
2.2. La justicia como fruto de los Hijos de Dios (v.4-10)
2.3. El amor a los hermanos como fruto de los Hijos de Dios (v. 11-24)
II. Contexto
El contexto esta claramente rodeado de una influencia nociva por parte aquellos que el autor denomina “anticristos” que salieron de en medio de la congregación a la que el autor escribe, trayendo nuevas doctrinas y rompiendo así con la continuidad de las enseñanzas apostólicas. Principalmente se trataba de cuestiones relacionadas con la cristología, doctrinas que cuestionaban que Jesús, el hombre, fuese el Cristo o que este fuese el Hijo de Dios con las repercusiones que esto supone, ya que al no existir un modelo terrenal de justicia y de santidad en Jesús, esto elimina toda exigencia terrenal en lo que respecta a practicar la justicia o reconocer el pecado y por ende menosprecia la santificación como parte de la experiencia terrenal del creyente.
Estas doctrinas se han relacionado con las corrientes gnósticas propias de finales del primer siglo y principios del segundo cuyas enseñanzas hacen una clara dicotomía entre lo material como lo maligno y lo espiritual o celestial como lo bueno y perfecto; esta identificación se ha hecho de forma mas específica en la figura de un maestro gnóstico llamado Cerinto, el cual afirmaba según testimonio de algunos Padres de la iglesia, que Jesús era nacido de José y María y que el Cristo descendió como paloma en su bautismo y luego antes de la cruz se apartó de él y no padeció. Ya que un ser espiritual según Cerinto no puede sufrir, es así como Cerinto distingue entre Cristo como ser espiritual y Jesús como un ser carnal y pecador.
En lo que respecta al contexto literario, la primera carta de Juan no parece ir dirigida a unos destinatarios específicos, al menos no de forma explicita, aunque se cree que pudo haber estado dirigida a la iglesia de Éfeso, en la que el apóstol Juan tuvo una estancia prolongada. La cercanía y familiaridad con la que escribe y se dirige a sus destinatarios, hace pensar que se trata de una congregación conocida por Juan; así mismo la escasez de referencias al Antiguo Testamento y su lenguaje nos hacen pensar que se trata mayoritariamente de un público gentil.
En lo que respecta a su posición dentro de la carta, el pasaje en cuestión esta claramente enmarcado dentro de dos bloques, uno anterior que termina con las palabras “ Todo aquel que hace justicia es nacido de Él” (2:29) en el que el apóstol Juan remarca constantemente que el que permanece en el Hijo, es aquel que hace la voluntad de Dios y permanece para siempre. El propósito de este bloque en buena medida es el de advertir y corregir el error de ciertos engañadores cuyas enseñanzas podemos deducir del texto.
En el bloque que le sigue, encontramos también las palabras “ Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (3:9) en el que el autor intenta en varias ocasiones establecer la relación de causa y efecto entre la simiente que es Cristo y los Hijos de Dios. Apuntando a Cristo como la simiente de la cual proceden los segundos y que por tanto comparten sus frutos de justicia. Vemos así la razón por la cual estos Hijos de Dios no practican el pecado, no es por sus propios méritos o esfuerzos sino porque la simiente de Dios permanece en ellos.
III. Contenido
1. Hijos de Dios (v. 1)
El pasaje inicia con un verbo imperativo en forma de ruego o petición “Mirad…” una acción expresada en su forma atemporal, quizás debido a la importancia de tener presente no de forma puntual sino constante lo que a continuación el autor va a exponer a sus lectores “cuan gran amor nos ha otorgado el Padre” este es sin duda el fundamento o la base de todo lo que a continuación será desplegado en los siguientes versículos, no es por tanto cuanto los creyentes han amado a Dios sino que el mérito únicamente corresponde a Dios “para que seamos llamados hijos de Dios”.
Este amor del Padre, el cual menciona el autor, no hace referencia a una realidad invisible o intangible, sino a la obra redentora de Cristo al venir a morir en la cruz por los pecados de la humanidad; tal y como se nos menciona en Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito..” Claramente las expresiones “de tal manera amo” y “Cuan gran amor” tienen la misma finalidad, señalar lo grandeza del amor de Dios.
Resulta también significativo el modo subjuntivo en el que se encuentra el verbo (κληθῶμεν) “seamos llamados” que habla de una acción probable o posible, esto es que Dios ha abierto para toda la humanidad la posibilidad, no la imposición determinista, de recibir esta nueva identidad. “Y eso somos” no se trata pues de una promesa futura o reservada para una esfera celestial sino que ya ha cobrado una vigencia y por tanto conlleva unas implicaciones reales, tal y como el tiempo presente y el modo indicativo nos señalan en el griego koine.
Ahora el apóstol apunta a la falta de conocimiento del Hijo por parte del mundo como el motivo por el que este último no reconoce nuestra nueva identidad. Indudablemente, el conocimiento de Cristo es la condición necesaria para que el mundo pueda reconocer cualquier realidad inherente a la nueva vida en Cristo, esto es lo que encontramos en el evangelio escrito por el propio apóstol Juan en el capítulo 1 versículo 12 “Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre”.
2. La manifestación de nuestra esperanza (v. 2)
El apóstol inicia este segundo versículo recalcando la verdad anteriormente mencionada “Amados ahora somos Hijos de Dios” Amados de Dios, esta es actualmente nuestra nueva identidad “Hijos de Dios” sin embargo al mismo tiempo “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser” el autor menciona dos realidades vigentes en la experiencia de sus lectores, la realidad presente de lo que ya eran y la realidad futura de lo que esperaban ser. El autor emplea así lo que los académicos denominan el “ya pero todavía no”, tensión que esta presente en muchos de los aspectos de la vida nueva en Cristo.
Sin embargo esta esperanza no se prolongará indefinidamente sino que tendrá cumplimiento a raíz de un acontecimiento que señalará su realización “pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él” la condición es que Cristo se manifieste, hecho que apunta a su segunda venida, en la que Cristo se manifestara a las naciones de la tierra “ todo ojo le verá” Apocalípsis 1:7. Fíjese que no dice que seremos como él, sino semejantes a Él, ya que la biblia hace hincapié en que Cristo es el primogénito y por tanto quien tiene preeminencia. A continuación el autor hace alusión a uno de los aspectos que indican nuestra condición de semejanza “porque le veremos tal como Él es” esto se refiere pues a nuestro cuerpo glorificado que ya no tendrá las limitaciones del cuerpo de pecado y las capacidades restauradas que nos permitirán verle como Él es, tal y como se nos menciona en Filipenses 3:21 “el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria” o en 1Corintios 13:12 “Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara”
También resulta interesante la continua utilización del verbo ser a lo largo de la carta, solo en este pasaje lo encontramos en 6 ocasiones, de esta manera el autor resalta la importancia de la identidad del creyente, pero también cómo esta identidad se manifiesta de forma real y práctica a través de las acciones. Hay indudablemente en la teología juanina una relación entre el ser y el hacer, que se inicia con el ser que recibimos a través del nuevo nacimiento no de simiente de hombre sino de Dios, el cual lleva necesariamente aparejado un resultado que se manifiesta en el hacer. Ser que al mismo tiempo será transformado progresivamente a semejanza de Cristo a través de la santificación y cuya transformación culminará por medio de la glorificación.
3. La purificación del creyente (v. 3)
En el último versículo de nuestro pasaje, el autor nos vuelve a presentar una relación de causa y efecto. Esto es “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro” es claro que si la esperanza se fundamenta en la realidad de ser semejantes a Cristo y este ser al cual esperamos asemejarnos es puro, lo coherente es que aquel que alberga de forma genuina esta esperanza se purifica a sí mismo. La consecuencia se expresa por el autor no como un deseo o como una obligación sino como un hecho que viene estrechamente ligado a su causa.
Tal peso y valor tiene esta esperanza que conduce a quien la posee inevitablemente a un proceso de limpieza y separación del pecado. Este último versículo sienta así las bases para lo que el apóstol desarrollara en los siguientes versículos, en los que conecta la práctica de pecado con una identidad definida la de “hijos del diablo” y la práctica de la justicia con la identidad de “Hijos de Dios”
IV. Aplicación
Algunas implicaciones prácticas de las verdades expuestas en esta pasaje podrían ser:
- Implicaciones en la predicación y enseñanza que se da en las iglesias, estos dos ministerios dentro de la iglesia deberían procurar un equilibrio en la transmisión tanto de las implicaciones que nuestra nueva identidad tiene en la experiencia terrenal como de aquellas implicaciones que aguardan un cumplimiento futuro. Ya que un enfoque exagerado en la experiencia terrenal puede resultar en la ignorancia y desconocimiento de las verdades escatológicas que forman parte de nuestra esperanza y un énfasis exagerado en los elementos escatológicos que se desprende de nuestra identidad en Cristo pueden llevar a despreciar nuestra experiencia terrenal y considerarla como algo trivial y sin ningún valor.
Claramente la sociedad que nos rodea nos empuja más hacia un pragmatismo exacerbado y por tanto debemos recobrar la importancia que tiene en la vida nueva del creyente el hecho de que conozca correctamente cuál es nuestra esperanza en Cristo. La escatología debería tener un lugar relevante en nuestras predicaciones y enseñanzas.
- Indudablemente el hecho de que hayan elementos de nuestra nueva vida en Cristo que tienen una relevancia y vigencia presente nos deberían llevar a plantearnos que no podemos vivir de cualquier manera, que nuestra santificación o purificación no es algo que aguarda solamente un cumplimiento escatológico sino que es un hecho desde que creímos en su nombre y que por tanto requiere de una vivencia o experiencia presente, que produce en nosotros frutos de justicia. Vivimos en una sociedad que huye de cualquier compromiso o demanda que exige renuncia, sacrificio o sufrimiento, el creyente por tanto debe oponerse a esta actitud hedonista y egocéntrica, evitando caer bajo una visión utilitarista del cristianismo en la que solo se aceptan sus derechos y beneficios pero se rehuye de sus demandas.
V. Bibliografía
Kistemaker S. J.,Comentario al Nuevo Testamento: Santiago y 1-3 Juan, Grand Rapids EEUU: Libros Desafío, 2007.
Lohse E., Introducción al Nuevo Testamento, Madrid, España, Ediciones Cristiandad, 1975
Tenney M. C., Nuestro Nuevo Testamento, Grand Rapids, EEUU: Editorial Portavoz 2003.
Por. Pedro Andrés Tarazona Jaimes
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